domingo, 7 de junio de 2009

Solo un beso...


Mientras envuelto por el tiempo y aguardando en la parada del auto bus, en una de escabrosa calle de la 19, cruzan frente a mí los ojos mas descarados de la noche, un contacto visual lleno de reproches y de amores, reflejan la pasión de aquel ser dispuesto a estallar. Sigilosamente se detiene y me observa, clava en mi su vista como dos puñales dispuestos a herirme, se concentra en mi. Sabe que la observo y me intimida, sabe que me asusta y que me gusta.

Dirige su andar hacia mí, sus pasos son lentos, delicados, sensuales. Camina cual fiera acercándose a su presa, con estilo, con recelo, con pasión. Se detiene frente a mí, se le ve decidida a entablar una conversación conmigo, no le importa verme indefenso, solo se detiene, y se acerca.

Saca del bolsillo su mano, la levanta lentamente y la coloca sobre mi hombro. El pánico se apodera de mi ser. Aun no sé como actuar. Las palabras no fluyen de entre mis labios. Ella acerca poco a poco su rostro al mío, ya siento su respirar en mi nariz, y el roce de sus pestañas al parpadear, cerré los ojos, cuando menos sentí, los labios más hermosos, estaban dándome el mejor beso de mi vida. Me siento en la helada silla de la parada, y aun más decidida, ella se sienta a mi lado.

No pretende pronunciar palabra alguna, solo me mira, aunque más que mirarme, siento que me admira. Sin notarlo, deja caer por su rostro una lagrima, iluminada entre otras cosas, por las luces de neón de aquellos sitios en la zona, ésta corría como ácido por su cara; quemaba su alma a cada milímetro que deslizaba.

Con mucho cuidado saqué de mi bolsillo un pañuelo, se lo ofrecí con amabilidad y ella lo tomó en sus frágiles manos, en el momento que agarra el pañuelo, rosa mi mano. Una fría sensación recorre mi brazo y me deja inmóvil ante aquella hermosa dama. Decidí cerrar los ojos y aguardar al fin que la noche nos quisiera ofrecer.

Llegó el bus, un poco lleno como siempre. Le abrí el paso a ella para que siguiera; una vez a dentro, noté que no dejó de observarme ni un segundo. Luego de un par de horas, se pone en pies y se dirige hacia la puerta, nunca quitándome su mirada. Me llene de miedos, supe que se iría y por siempre, no debía dejar ir aquella mujer, pero lo hizo, se fue.

Me bajé del autobús cuadras después y corrí a buscarla desesperadamente, calle tras calle la sentía mas cerca, aunque esa noche solo me ofrecía oscuridad, los altos edificios y la peligrosa noche en las calles de Bogotá me desesperaban, asfixiaban mi búsqueda, al poco tiempo comenzó la lluvia, tropecé con los charcos, me vi de frente con los autos en la avenida y fue cuando comprendí que se había ido.

1 comentario:

  1. La imagen tomada de google.com, con el fin de ilustrar el texto... Juanito

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